Surgieron a la superficie paridas por sus propios hijos, los 30 mil, que por no doblegarse ante el poder y querer construir un mundo sin explotadores ni explotados, entregaron su vida en el intento.
Eran, en principio, un heroico puñado de mujeres valientes que en aquellos últimos días de abril del 77 pisaron la Plaza con desesperación y esperanza. Casi sin darse cuenta, iluminaron los confines de la Resistencia.
Fueron creciendo poco a poco, rompiendo los miedos y el terror, contagiando con su coraje a quienes hasta ese momento no se animaban.
Arrasaron con todos los esquematismos de la solidaridad, y a partir de allí no escatimaron esfuerzos por recuperar a sus hijos. Golpearon puertas, hablaron hasta el cansancio, gastaron sus pies humildes en rondas interminables, gritaron al mundo su impotencia, pero también su rebeldía.
Se fueron convirtiendo en un ejemplo a imitar por los que en otros sitios luchaban por lo mismo. Su pañuelo blanco se hizo símbolo y bandera, en el gigantesco desafío que les tocó enfrentar.
Nunca cejaron en sus arremetidas, jamás se arrodillaron (la mayoría de ellas) frente al poder. Defendieron la autonomía (la mayoría de ellas) como un símbolo fundamental de su andadura.
35 años después, celebramos su existencia revolucionaria y su compromiso militante. que las mimetiza con la consecuente trayectoria de sus hijos e hijas.
Madres de la Plaza: Llegaron para hacer historia y lo han logrado con creces.
Sin ellas, los derechos humanos no hubieran sido más que una frase abstracta.
Con ellas, la Revolución inacabada tiene un referente de dignidad y ética donde apoyarse.