Terminó el Foro Social Mundial Palestina Libre, y sin embargo hay voces, gestos, reflexiones, que perdurarán aún mucho tiempo en nuestra retina y oídos.
Más allá de manifiestos y expresiones de deseos producidos en el Foro, lo más importante que ocurrió en Porto Alegre, fue el contacto directo con la delegación juvenil palestina, que llenó de vida cada espacio en los que les tocó hablar y explicar su situación cotidiana, sus luchas contra el ocupante, su decisión de seguir apostando a la dignidad por sobre todas las cosas.
No es fácil explicar lo que se siente cuando uno se enfrenta, por ejemplo, cara a cara con tres chicas musulmanas llegadas desde Gaza, en un periplo que incluye salir por tierra, por la frontera de Rafah, pasar a Egipto, luego llegar a Estambul y de allí por fin aterrizar en Sudamérica. Ellas, que literalmente venían de la muerte, de escuchar, días antes de emprender el viaje, como caían las bombas sobre su querida ciudad, donde jugaron de niñas, se hicieron jóvenes entre amenazas constantes de los israelíes y desde hace un largo tiempo, escuchan el estallido de los misiles o el amenazante vuelo de los aviones y drones sionistas. Esas máquinas infernales, que un día rompen la barrera de sonido (aterrorizando a los más pequeños), y en otras ocasiones patrullan de noche para demostrar que allí están ellos, asediando el sueño, el amor, las sonrisas, el aire mismo.
Muchachas de Gaza, que como nos cuenta Nida’a, «sufrimos mucho con este último ataque israelí». Aunque hayan sido menos días que el anterior de hace cuatro años (la maldita Operación Plomo Fundido), es como que la memoria conserva aquel dolor y ahora lo multiplicó. «Estábamos con mi familia en uno de los refugios, y yo sólo pensaba en mis sobrinitos, en cómo estarían de asustados. Es terrible oir las bombas caer, ese silencio que se produce poco antes del estallido contra el suelo, y luego ese crujido de las casas que se derrumban».
Relata que hubo escenas durísimas en las calles, a las que la gente se lanzaba mientras continuaba el bombardeo, para ayudar a quienes estaban debajo de los escombros. «Allí, salió a relucir toda nuestra potencia con la que hemos resistido durante años al invasor, ayudando, sacando heridos, removiendo las ruinas, llorando y maldiciendo, pero sin decaer, para tratar de salvar a los que no habían sufrido lastimaduras mortales»
Nida’a integra una asociación que trabaja en la agricultura, tiene 30 años y despliega una dulzura y una fuerza que conmocionan a quien la escucha. «Cuando se anunció el alto el fuego, se produjo como un grito masivo de alegría, decíamos, mirándonos, reconociéndonos: hemos sobrevivido. Pero luego, cuando volvimos a nuestras viviendas, con miedo a no encontrarlas en pie, y ver que la casa del vecino ya no estaba, o que el colegio en el que estudiamos estaba perforado por las balas de los obuses, allí, en ese momento, muchos se quebraron, se sentaron sobre los escombros y miraban sin ver».
Agricultores bajo fuego
En su intervención para hablar sobre qué significa ser agricultor y agricultura en un país bloqueado y atacado por cielo, mar y tierra, Nida’a, detalló un compendio de dificultades. «Hay que tener en cuenta que el 80% del agua en Gaza está contaminada, y ni siquiera sirve para el riego. A lo largo de toda la franja que actúa de límite de nuestra ciudad, hay zonas fértiles, donde siempre que pudimos sembrábamos para alimentarnos. Hoy esa tarea es todo un operativo riesgoso, ya que cada vez que nos acercamos a echar nuestras semillas, nos tiran, y así han muerto muchos agricultores palestinos. Hay zonas que son imposibles, y en otras, menos duras, también somos atacados o por los colonos israelíes o por los soldados que los protegen. Por eso, hemos optado por ir en grupo, y cuando estamos a una distancia cercana al lugar arrojamos las semillas con fuerza (generalmente lo hacemos con el trigo), y tiempo después tenemos que armar otra operación similar para recoger lo sembrado. Allí se produce el 45 % de los alimentos que consumimos, y por eso nos acosan».
Lo mismo, cuentan, ocurre con los pescadores artesanales, que se juegan la vida al salir al mar, ya que generalmente son ametrallados desde los barcos sionistas, si se internan más de 20 millas, o incluso en esa posición. «En realidad, esta estrategia de limpieza étnica que plantea el sionismo, comienza con cercarnos e intentar matarnos por hambre, pero se equivocan, somos muchas las mujeres y los hombres dispuestas a seguir adelante, hasta que nuestra querida tierra sea libre por fin», concluye Nida’a.
Después hablamos con Omar Hawajri, también llegado desde Gaza, enfermero en uno de los hospitales que durante los bombardeos, fueron desbordados por la cantidad de heridos y muertos. Allí, donde un puñado de médicos y médicas palestinas y voluntarios llegados desde Egipto, pusieron el cuerpo hasta lo indecible para aliviar el dolor de los heridos y la angustia de los familiares de los niños asesinados.
Presos y presas: aquí nadie se rinde
Otra chica de la delegación juvenil, Thaiva Zoabi, habló de la situación de los prisioneros y prisioneras en cárceles israelíes. Relató que la mayoría de ellos no tienen ni colchones para dormir, se les niega hasta el agua, sufriendo temperaturas altísimas en verano, cuando se superan los 60 grados de sensación térmica. Así es como varios de nuestros hermanos murieron por falta de atención médica».
La última huelga de hambre que se hizo en las prisiones, contó con el sacrificio de 2.000 presos y presas. «Hacia una de esas cárceles fuimos en caravana solidaria muchas personas para testimoniarles nuestro cariño. Los policías israelíes nos atacaron con saña, nos golpearon y19 de nuestros compañeros y compañeras fueron a parar también a la cárcel. Igual que hacía Hitler con los judíos, el objetivo es aterrorizar e impedir que salgamos a manifestarnos. Pero mientras haya prisioneros, no nos vamos a quedar de brazos cruzados».
Nos relataron también el caso de un preso palestino de 26 años, de nombre Samer, militante del FPLP, al que lo golpeaban día a día hasta sangrar, intentando que enloqueciera. Este joven cumple una condena de nueve años en la prisión de Ketziot, en el desierto de Néguev, acusado de integrar una «organización ilegal». Como él mismo dijo a su padre, que sólo podía visitarlo cada cuatro meses: «Al final terminas por confesar lo que no hiciste sólo para que se acaben los golpes y los abusos», «Solo tenía 17 años cuando me arrestaron, y estaba muy asustado. No sabía bien cómo enfrentar el interrogatorio», contó.
Las distintas caras de la Resistencia
Amani Khalifa se llama una de las jóvenes procedente de Jerusalén, que habló de la lucha contra el ocupante. Sostuvo que «el primer gran modelo de la Resistencia popular fue la primera Intifada, cuando miles de personas desafiaron en las calles a los tanques israelíes». Señaló que para enfrentar el Muro del Apartheid y luego del fracaso de las negociaciones en Oslo, se profundizaron los Comités Populares de la Resistencia, y es así como «todos los viernes nos manifestamos para repudiar ese muro que nos separa entre vecinos». También se ayuda a quienes pierden sus casas bajo las topadoras israelíes. En en sur de Palestina, una de las viviendas fue demolida más de 40 veces «y siempre encontramos brazos solidarios para volver a levantarla y demostrarle a nuestros enemigos, que no nos moverán del territorio», cuenta Amani.
Otra variante de la pelea desigual la protagonizan los niños y niñas que enfrentan a los soldados, los cuestionan, les gritan y hasta les tiran piedras. Mientras esto sucede, otros niños filman los hechos, y luego los vuelcan en webs o en youtube, para propagandizarlos.
Esta misma interlocutora nos ofreció información sobre el trabajo que despliegan en la Universidad de Jerusalén, el Grupo de Mujeres. «Ellas hacen un trabajo desde el feminismo contra todo autoritarismo y en repudio al patriarcado, y lo vinculan con la actitud prepotente de los ocupantes».
Resistir es la consigna con la que se mueven los habitantes de las villas de Galilea que habían sido destruidas en 1948, y donde ahora se levantaron modestas viviendas, «para aferrarse a la tierra con la consigna de no nos moverán».
También, las paredes de los Territorios Ocupados reciben muestras de la resistencia cultural, a través de grafitis anti-ocupación, y el propio Muro del Apartheid, luce leyendas y murales de denuncia y de reivindicación a los mártires palestinos que cayeron luchando con las armas en la mano o se volaron, como último recurso de desesperada violencia, en ciudades del invasor.
Por último, Amani contó que los jóvenes palestinos expresan sus quejas, denuncias y gritos de resistencia, a traves del rap y otras variantes musicales. que tan bien se retrataron en el documental del cantante vasco Fermín Muguruza, «Checkpoint Rock». Y agregó, que cada vez tiene más fuerza el movimiento de los blogueros de Gaza, de Nablus, de Jerusalén, que dan batalla a traves de la red.
Boicot y más boicot
Cada uno de los jóvenes con que hablamos, insistieron en que hay que profundizar el boicot a Israel. Entre otras variantes, señalaron que hay que salirle al paso a las «invitaciones culturales» que realiza el régimen sionista, por la cual numerosos cantantes (algunos de ellos de definiciones progresistas) van a cantar a Tel Aviv. Allí está el caso de la fallecida Mercedes Sosa, de Sabina y Serrat y tantos otros, a los que se les advirtió por medio de los comités de boicot que «no pasaran esa frontera», y sin embargo, hicieron oídos sordos a esos reclamos.
Dieron detalles de campañas que se están realizando en todo el mundo, por las cuales hay sindicatos de portuarios que no cargan mercaderías israelíes en los barcos, o profesores universitarios que anulan viajes a Tel Aviv, a pesar de ser invitados con todos los gastos pagos, incluídas suculentas sumas de dinero.
Comentaron que en lo que hace a los gobiernos, hay dos especies: una, la de lo que descaradamente apoyan al sionismo, y otros, que en los pasillos critican a Israel pero terminan vendiendo o comprando armas al régimen genocida.
Los jóvenes palestinos son, sin duda, la llama encendida de un pueblo que derrocha dignidad, que germina en canciones, en poesía, grafitis, piedras, barricadas y hasta en los más altos niveles de sacrificio, dispuestos a dar su vida por amor indestructible a una tierra que les fue usurpada. Encontrarlos en Porto Alegre, fue como sentirse caminando con ellos por las calles de cualquiera de los confines de los Territorios. Escuchar sus risas para festejar una salida llena de ingenuidad de cualquiera de sus compañeros o compañeras, es descubrir que en esa pequeña parte del mundo que se llama Palestina, aún permanecen intactos ciertos valores que Occidente ha ido destruyendo sometiéndose a la voracidad capitalista. Viajar con ellos y ellas en un autobus y oírlos cantar, alegres pero nostálgicos a la vez, sus cantos rebeldes, que evocan la Intifada y rinden homenaje a los caídos. También, es introducirse en un pasado cercano de Latinoamérica, en la que chicos y chicas como estos, le ponían el pecho a las dificultades y caminaban, valientes, hacia un futuro de autodeterminación e independencia. Ese hermanamiento en el tiempo, es el que le da fuerza a la consigna liberadora: «Todos somos palestinos y palestinas».